
Phishing, scamming o, en el mejor de los casos, bromas pesadas también pueden caber en uno de esos códigos bidimensionales que escaneamos con el móvil indiscriminadamente.
Vamos a un restaurante y escaneamos el QR para ver la carta. En un evento escaneamos otro para poder seguirlo en directo. En la estación de tren, lo mostramos con nuestros billetes. Incluso en países como India o Japón, los códigos QR son utilizados con frecuencia para realizar pagos entre usuarios y en algunos comercios (por ejemplo en una cafetería, o en plataformas de compraventa tipo Wallapop).
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Tarde o temprano, todos los padres tendrán que enfrentarse a la compra del primer móvil de su hijo adolescente o preadolescente. A partir de ese momento, todo el conocimiento que hay en el mundo se pondrá al alcance de sus manos.