
La península de las casas vacías es una novela ambiciosa y singular en la que David Uclés aborda la Guerra Civil española desde un enfoque poco convencional. Más que una reconstrucción histórica al uso, el autor propone un relato coral donde lo cotidiano, lo trágico y lo mágico conviven de forma natural. La novela se desarrolla principalmente en el pueblo ficticio de Jándula, un espacio que acaba convirtiéndose en el verdadero corazón del libro: un lugar vivo, lleno de voces, memorias y ausencias.
Antes del estallido de la guerra, Jándula aparece como un pueblo andaluz marcado por las rutinas, las relaciones familiares y una convivencia frágil pero reconocible. Los habitantes se conocen, se observan y se necesitan. La vida transcurre entre el campo, la plaza, las casas y los pequeños conflictos diarios. Sin embargo, desde el principio se percibe una tensión soterrada, una sensación de que algo está a punto de romperse. La llegada de la guerra transforma por completo ese espacio familiar: las calles se vacían, las casas quedan abandonadas y el pueblo se convierte en un escenario de miedo, pérdida y silencios forzados.
Entre los personajes destaca Odisto, una figura compleja y profundamente simbólica. Odisto no es solo un personaje individual, sino casi un hilo conductor que atraviesa la novela. Su mirada permite al lector entender la confusión, la violencia y el desconcierto que trae consigo la guerra. Odisto se mueve entre la lucidez y el desconcierto, entre lo real y lo fantástico, y encarna la dificultad de comprender un conflicto que desborda cualquier lógica humana. Su experiencia está marcada por la pérdida, el desarraigo y la sensación constante de no pertenecer del todo a ningún lugar seguro.
Otro eje fundamental del relato lo forman los dos hermanos mayores, cuyas trayectorias vitales se ven separadas por la guerra. Ambos representan opciones distintas frente al conflicto: el compromiso, la huida, la resistencia o la resignación. La guerra no solo los enfrenta al enemigo exterior, sino que los distancia entre sí, rompiendo los lazos familiares y obligándolos a tomar decisiones irreversibles. A través de ellos, Uclés muestra cómo la guerra fragmenta no solo territorios, sino también afectos, identidades y memorias compartidas.
Junto a ellos aparecen los hermanos más pequeños, cuya presencia resulta especialmente conmovedora. Su mirada infantil o adolescente permite mostrar la guerra desde la inocencia, el desconcierto y el miedo. Son personajes que no comprenden del todo lo que ocurre, pero que sufren sus consecuencias de manera directa. La violencia, el hambre y la ausencia se filtran en sus vidas sin que puedan defenderse. En ellos se concentra una de las críticas más duras de la novela: la guerra como fuerza que destruye el futuro incluso antes de que pueda construirse.
Las peripecias de los personajes están marcadas por desplazamientos, pérdidas y encuentros inesperados. Muchos se ven obligados a abandonar Jándula, otros regresan solo para encontrar un pueblo irreconocible. El avance de la guerra convierte cada decisión en una cuestión de supervivencia. No hay héroes claros ni victorias definitivas; solo personas intentando mantenerse en pie en medio del caos.
Uno de los rasgos más originales de la novela es su dimensión mágica. Uclés incorpora elementos de realismo mágico y simbolismo que amplían el significado del relato. Lo fantástico no aparece como un adorno, sino como una forma de expresar lo que no puede decirse con palabras realistas: el trauma, el duelo, la culpa colectiva. Las casas vacías, los silencios que parecen tener cuerpo, las presencias que sobreviven a la muerte o los fenómenos inexplicables funcionan como metáforas de un país roto. Lo mágico permite que los muertos sigan hablando, que la memoria se resista a desaparecer y que el dolor encuentre una forma poética de manifestarse.
En conjunto, La península de las casas vacías es una novela exigente pero profundamente humana. A través de Jándula y de personajes como Odisto y los hermanos, David Uclés construye un relato sobre la guerra que no se centra solo en los hechos históricos, sino en sus huellas emocionales y espirituales. La mezcla de realidad y magia convierte la novela en una reflexión poderosa sobre la memoria, la pérdida y la necesidad de contar aquello que, durante mucho tiempo, permaneció en silencio.