
En 1956, la canadiense Anne Innis Dagg, entonces con solo 23 años, decidió emprender un viaje en solitario a Sudáfrica para estudiar a las jirafas en su entorno natural. Fue la primera investigadora occidental en hacerlo. Su hallazgo fue tan sencillo como revelador: el patrón de manchas de cada jirafa es único, como una huella dactilar. Esta idea, que en su momento fue revolucionaria, hoy, casi setenta años después, se ha convertido en la base de una de las herramientas de conservación con Inteligencia Artificial más avanzadas que se han desarrollado hasta la fecha.
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